Es evidente que la cosa está complicada. Tras la pandemia, el conflicto ruso ucraniano, la subida de la energía, la inflación… complican, aún más si cabe, la vida a las empresas. Seamos optimistas: hay luz al final del túnel y también oportunidades.
El confinamiento debido a la pandemia dejó heridas de muerte a muchas empresas y a otras las generó grandes secuelas que, a día de hoy, muchas todavía sufren. Ahora, cuando parecía que todo esto empezaba a perder virulencia y el ritmo de crecimiento empezaba a coger cierta fuerza, la guerra en Ucrania, tras la invasión rusa, vuelve a poner contra las cuerdas la supervivencia de muchas compañías.
Como recuerda Antoni Cunyat, profesor titular de la Universidad de Valencia y profesor colaborador de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC “ya en la segunda mitad de 2021 las empresas volvían a tener dificultades por la subida del precio de la energía. De forma que ese año acabó con una inflación del 6,5%, un nivel de inflación que no se veía en muchos años. Y, de hecho, la cesta del IPC en 2021, el 83% de los productos del IPC, habían subido de precio. Las empresas ya venían de un contexto de alta inflación, además del precio de la energía, que afecta a los costes de todo, porque si hay un bien que pueda afectar prácticamente a la totalidad de las empresas es el precio de la energía”.
Para Jordi Altimira, general partner de UpBizor, este conflicto ha venido a agudizar aún más lo que ya se estaba produciendo con la subida de las utilities [electricidad, gas…], en general, a nivel productivo, y de ciertas materias primas, fruto del reflujo que venía de la pandemia con una demanda de determinados productos y una crisis de oferta. “Si a todo eso, se le suma el conflicto entre Ucrania y Rusia, la subida del precio de la energía o problemas de abastecimiento con algunas materias primas como los cereales es como poner el dedo en la llaga. Además, habrá que esperar a saber cuál será el alcance real de lo que pase en Taiwán con la producción de chips”.
Subida de los costes de producción.
Entonces, en ese contexto ¿de precrisis? llega la guerra de Ucrania, “que provoca, ya no solo que aumente el precio de la luz y del gas, sino que también aumente el precio de los combustibles. De forma que las empresas, por producir la energía más cara y por transportar sus productos de fábrica a los lugares de venta, tienen que asumir unos costes de transporte más altos”, afirma Cunyat. Y a eso, sumamos las restricciones en las importaciones para muchas empresas, “por ejemplo, los materiales de construcción para las constructoras, por el incremento de precio sobre muchos productos procedentes de Ucrania y Rusia”.
Según Cunyat, ese incremento del precio de la energía se ha ido generalizándose al resto de productos: “Por tanto, el primer efecto directo es la subida de costes de producción”.
¿Qué efecto tiene esto desde el punto de vista de las empresas? Muchas compañías, como le suben los productos, intentarán subirlos también, “pero el impacto es desigual –dice este experto– dependiendo del sector porque no es lo mismo ser, por ejemplo, la única panadería de tu pueblo, que si le suben el precio de la harina y de la luz, pues sube el precio del pan, porque tienes más margen para hacerlo. Pero también si pones el precio del pan más caro, el cliente, en lugar de comprar 4 barras, comprará 3. Pero, si estás en un barrio donde haya 4 panaderías, el margen para subir los precios del pan será mucho menor. Por tanto, el efecto de esa subida de costes (productos y energía) para muchas empresas será el de repercutir esa subida en el precio de sus productos.
¿En qué medida? Pues dependerá del nivel de competencia que haya en cada sector, sino esos costes de producción irán a bajada de beneficios”.
¿Subir precios o sacrificar un poco los márgenes?
Subir los precios siempre es una decisión controvertida. “Si nos vamos a una estructura de margen y costes –sostiene Altimira–, subir precios es lo que nos permite mantener el margen y la rentabilidad. Pero, por ejemplo, cuando Mercadona hizo públicos los resultados de 2021 [facturó un 3,3% más, hasta los 27.819 millones, y redujo su beneficio un 6% por el impacto de los costes], había aumentado en facturación, pero había bajado en beneficio sobre ventas en un contexto pandémico.
Aquí es donde hay que plantear una estrategia. Desde un punto de vista financiero, es cierto que si quiero mantener márgenes no me queda otra que aumentar los precios al consumidor, pero también puedo sacrificar un poco el margen, mantener precios y ganar cuota, y que el consumidor vea que somos una compañía que mantenemos un buen criterio de costes y no le repercutimos todo a él y nos enfrentamos de forma conjunta a esa situación inflacionaria. Depende de cómo se haga puede ser una muy buena oportunidad para algunas empresas de ganar cuota de mercado. Si una empresa está bien capitalizada, si tiene caja para aguantar esa situación, puede permitirse perder margen a cambio de mantener o ganar cuota. Esta situación de gran volatilidad es una gran oportunidad para muchos emprendedores”.
El siguiente efecto directo de esta situación es que baja el poder de compra y los consumidores consumen menos: “Si sube el precio de la luz, los combustibles, la cesta de la compra… el poder adquisitivo de los consumidores baja, es decir, con el mismo sueldo pueden comprar menos cosas y eso repercute en las ventas de las empresas. Si mi poder adquisitivo baja, recortaré de aquellos productos y servicios no esenciales o de primera necesidad. Por tanto, esos recortes afectarán más a aquellos sectores de productos que no sean de primera necesidad como el textil o el de turismo”, asegura Cunyat.
Parte de la solución a este problema pasa por una variable que no es económica sino geopolítica: la guerra en Ucrania. “Si terminara ya, todos estos efectos podrían revertirse, pero conforme la guerra va durando en el tiempo, los efectos sobre la economía son como manchas de aceite. Imagina que cae un vaso de aceite en una mesa. Si levantas el vaso, el aceite es más fácil de recoger, pero si dejas que el aceite se extienda por toda la mesa, será más difícil de recoger. Igual pasa con esta situación. A medida que se alarga el conflicto, los efectos se van extendiendo por la economía”.
¿Y un pacto de rentas?
Cunyat recuerda que estamos padeciendo lo que los economistas denominamos como un shock de oferta. “Al estilo de la crisis del petróleo de 1973 o de 1979, el Gobierno ha propuesto muy sabiamente, bajo mi punto de vista, lo que se hizo en 1979. Los efectos de ambas crisis fueron muy diferentes. En el 79 se produjo un pacto de rentas. Ahora estamos comprando gas y petróleo al extranjero (Rusia y otros países) y eso nos cuesta más. Por tanto, como país somos más pobres. El pacto de renta establece que, siendo más pobres, vamos a ver cómo nos repartimos ese coste, porque si no nos ponemos de acuerdo en repartirnos ese coste puede ocurrir una ‘guerra’ entre trabajadores y empresarios en el sentido de a quién le endoso ese sobrecoste. Si suben los precios de todo y los salarios se quedan igual, todo el coste lo asumirán los trabajadores. Se trata de repartir ese coste entre todas las partes. Los efectos del shock del petróleo fueron menores que en 1973 gracias al pacto de rentas de 1979. En aquellos sectores más vulnerables o más dependientes energéticamente se pueden buscar medidas a corto plazo para que haya una transición más suave. Pero, no se puede hacer eso a golpe de decreto para contener todos los precios de la economía”, subraya.
Fuente: Emprendedores